Puy de Dome, la montaña que no habíamos vivido

Escrito por Luis Ortega @Ciclored

Los que nacimos en los años 80 estábamos huérfanos de Puy de Dome. Nuestros sueños del Tour nos llevaban a Tourmalet, Galibier, Alpe d´Huez, Luz Ardiden o Mont Ventoux. El volcán dormido del Macizo Central era solo un mito para descubrir en Youtube, pedalear virtualmente en Zwift o imaginar en las leyendas escritas y contadas sobre Anquetil, Poulidor, Bahamontes, Merckx, Ocaña y Perico, la nobleza del ciclismo.

Al Puy de Dome no llegaba el Tour desde 1988. Carretera estrecha sin salida, Parque Natural, tren cremallera que reduce aún más el asfalto, lugar con restricciones de paso de coches y bicicletas. Demasiados impedimentos para un gigante que ha crecido exponencialmente en estos 35 años y que necesita la extensión de una docena de campos de fútbol para instalar su ciudad andante. En la cima del mito dormido del Macizo Central cabe muy poco. La línea de meta, un coche por equipo, algunas motos, el podio….. y para de contar. Los aficionados se tuvieron que quedar a cuatro kilómetros de la cima, justo donde el 11% es el desnivel medio y la carretera rodea al volcán en una espiral que parece no tener fin. Meta pandémica y sin aficionados. Inimaginable en enero de 2020, como la pelea por los segundos de Pogacar/Vingegaard, que rivaliza con la de Anquetil/Poulidor en aquel Tour de 1964.

Les pongo en situación. En los 60 el Tour se decidía por minutos. Los escaladores los perdían en etapas llanas con los belgas y holandeses y los recuperaban en las largas etapas de alta montaña atacando de salida. Las bicis pesaban algo más de 8 kilos, las carreteras eran botosas y la mecánica solo había llegado a un desarrollo mínimo como 42×23. Con eso se podía ir a Alpes o Pirineos y subir Galibier, Tourmalet o Aubisque a golpe de riñón y cuadriceps, por lugares donde la carretera no se empinaba demasiado tiempo por encima del 10%. El Puy de Dome estaba fuera de esos cánones. En el centro de Francia, rodeado de montañas pequeñas, pero con un tramo de 4 kilómetros por encima del 11%. Sin descanso. Siempre meta, porque no hay descenso. Decisivo, porque allí solo valía la fuerza bruta. Ni pedaleo alegre, ni molinillo. Músculo puro y poco peso para no detenerse con el 42×23. Salvando a los líderes, el resto del pelotón acababa ‘pateando’ el Puy de Dome.

Pero el Tour de 64 iba más justo que nunca. Los dos rivales franceses. Anquetil (ya con cuatro Tours) y Poulidor (sin haber vestido hasta entonces ni un maillot amarillo) peleaban por esa edición. El primero sacaba 54 segundos al segundo. Quedaban dos etapas llanas y una contrarreloj, la especialidad de Anquetil. ‘PouPou’, el ídolo del pueblo francés, necesitaba recortar todo el tiempo posible. Hombro con hombro, recuerden la famosa foto, haciendo equilibrios en el Puy de Dome, Poulidor soltó a Anquetil. No lo suficiente. Solo un puñado de segundos y nada de bonificación, que se habían repartido los dos mejores escaladores de la época, Federico Martín Bahamontes y Julio Jiménez.

Tour de France 1964. Anqueitl y Poulidor en el Puy-de-Dôme (France).Profimedia, Roger Viollet


‘PouPou’
se quedó compuesto y sin amarillo. Jamás lo conseguiría vestir y Anquetil, tres días después en Paris ganaba, su quinto Tour por solo 55 segundos, una distancia irrisoria para aquella época.
Los segundos, en este Tour de 2023, 60 años después de aquello, parece que van a ser fundamentales. Iguale que las bonificaciones. Ya ven, más de medio siglo después y el ciclismo sigue con la misma esencia. Apurando esfuerzos y litros de sudor en montañas imposibles.

TIEMPOS MODERNOS

Estaba vez el Puy de Dome estaba situado a mitad de Tour. Entre Pirineos y Alpes. Influyente en el resultado final, pero no decisivo en una edición de las más montañosas que se recuerdan. Dos contendientes igualados. Con reparto de golpes similares. Pogacar bonificando en las cotas del País Vasco, Vingegaard regalándose un minuto en el Marie Blanque y de nuevo Pogacar recortando 25 segundos en el enlazado Aspin-Tourmalet-Cauterets, cuando parecía que el Jumbo iba a sentenciar la carrera. El resto, a un mundo. Tanto en tiempo en la clasificación como en sensaciones.

Por eso, cuando el Jumbo puso la maquinaría de destrozar pelotones a funcionar en las faldas del Puy de Dome, resultó extraño que aguantasen tantos ciclistas. Es cierto que la carrera en el pelotón no había ido tan rápida como otras veces. La escapada se marchó hasta los 15 minutos. Pero al pasar la valla de los cuatro kilómetros infernales, donde desaparecía el público, una docena de corredores iba a rueda de Van Aert y Kelderman. Agotaron a ambos y pasó Kuss. Vale, era el tirón definitivo. Pero cuando se quitó el americano, a dos y medio de meta. Aguantaban Carlos Rodriguez, Simon Yates y Pidcock, una multitud comparada con las dos etapas de montañas precedentes. Y Vingegard dudó. No arrancó  y dejó al descubierto todas sus cartas. Quizás no estaba tan bien como su equipo preveía.

Vingegaard y Pogacar en Tourmalet.
Vingegaard y Pogacar en Tourmalet.

Y Pogacar miró a un lado y a otro. Esperando a ver si reaparecía Kuss o si arrancaba Vingegaard. Ninguna de las dos cosas. Un puntito menos. Lo suficiente para que recuperase Hindley y se pusiera nervioso Simon Yates en la lucha por el podio. Y arrancó Simon, un secundario en la historia, como Bahamontes y Julio Jiménez, y provocó que Pogacar lo intentase. Manos en las manetas metidas hacia dentro, como la moda actual. Codos casi rectos. Un desarrollo que haría sonrojar a Bahamontes, el único que sigue con vida de aquella batalla del 64. Más de 700 vatios y un acelerón tan intenso al que Vingegaard nunca terminó de llegar. Se quedó a cuatro metros, después cinco, seis, veinte, treinta, cincuenta… En el Puy de Dome la distancia visual pueden ser más de 20 segundos.

Pelea al límite. Un último kilómetro de sufrimiento extremo para ambos y al final solo ocho segundos entre Pogacar y Vingegaard. Las bonificaciones se las habían repartido Woods, Laporte y Mohoric, los tres primeros de la fuga, que superaron a Jorgenson a solo 300 metros de la cima. Nuevos desarrollos, más velocidad, toda la aerodinámica del mundo, pero el mismo esfuerzo al límite para una recompensa que a veces no merece la pena.

Y un detalle. A falta de 500 metros Vingegaard tiró el bidón al suelo. Le pesaba todo en la bici. Sufría viendo como era la segunda vez consecutiva que no podía aguantar la embestida de Pogacar. Un año antes. En el Col de Mende, la subida moderna del Macizo Central que el Tour descubrió en 1995 y que venía a sustituir al Puy de Dome, el danés no había cedido ni un centímetro al ataque de un Pogacar desatado que buscaba recortar tiempo de su ‘Waterloo’ en el Col du Granon. Ese día el esloveno batió el récord de Pantani en Mende, que ya es subir rápido, y Vingengaard tuvo tiempo de dar un sorbo al bidón lleno justo antes de entrar en meta. Unos gramos de peso, unos segundos aquí y allá, pero a sensación de que al danés le está costando seguir la rueda del esloveno y eso supone que no te puedes perder lo que resta de Tour porque pinta a que va a volver a ser épico.