Tre Cime di Lavaredo, la primera montaña imposible

Escrito por Luis Ortega @Ciclored

Pocos lugares del ciclismo tienen el honor de haber provocado que Eddy Merckx, Felice Gimondi o Jacques Anquetil echasen pie a tierra. Si acaso el adoquinado de Koppenberg o Kapelmuur un día lluvioso, pero estamos hablando de un puerto, Tre Cime de Lavaredo, que la primera que se subió en el Giro de 1967 descabalgó a todo el pelotón. La prensa lo llamó el Puerto del ‘Deshonor’ o de la Vergüenza.

Les pongo en situación. En 1967 Eddy Merckx todavía no era el gran Eddy Merckx. Acudía al Giro como un pipiolo en busca de nuevas experiencias. Allí los favoritos eran Felice Gimondi, que ya había ganado el Tour y Paris Roubaix dos años antes (ojo a este dato) y Jacques Anquetil, que ya era un veterano que acababa de llevarse su quinto Tour. Y de secundarios los Gianni Motta, Vitorio Adorni o Lucien Aimar, con una grande en sus piernas. Tampoco había compact, platos de 34 ni piñoneras de 32. El desarrollo mínimo que podías llevar era de 42×21 o 23.

Los puertos habituales del Giro tenían longitud, pero no demasiado desnivel. Stelvio, Pordoi, Gavia, Madonna del Ghisallo. Solo el Muro di Sormano irrumpía algunas veces en el Giro de Lombardia, pero nunca como final de etapa.

En el Giro de 1967 se estrenó Tre Cime di Lavaredo. Los números de sus cuatro kilómetros finales, después de la bajadita del Lago di Antorno, son un 11,7% de media, sin descansos y con rampas del 18%. Allí en cada tornanti puedes casi tocar con la cabeza el siguiente. Y como solo hay una carretera y no tiene descenso, tenía que ser final de etapa por obligación.

Era un 8 de junio y el Giro ya había vivido 18 etapas antes. En el Blockhaus se había estrenado Eddy Merckx. En la crono de Verona Anquetil le había quitado la maglia rosa a Perez Francés, pero la había perdido al día siguiente dejando una fuga bidón para no machacar a su equipo. Ese día se había vestido de rosa un gregario, Schiavon, y Panizza también había cogido ventaja sobre los favoritos.

Así que a cinco etapas del final (la última de Milán era doble sector), el Giro estaba en manos de un ‘hombre de paja’. Todo por decidir. La carrera estaba en Udine, en la costa del Adriático, y para llegar a Milan tenía que atravesar todos los Dolomitas. Por entonces no había traslados. La etapa acababa en una ciudad, se dormía allí, y al día siguiente se partía de la misma.

Entre Udine y Tre Cime di Lavaredo ese día había 150 kilómetros sin grandes puertos previos. Al pie del Lago de Misurina, donde arranca la ascensión, iba escapado Wladimiro Panizza, uno de los que se habían beneficiado de la fuga bidón y con tres minutos de ventaja. No es que preocupase demasiado a los favoritos, pero tampoco había que dejarle tanto margen. Pese a que era 8 de junio en Misurina hacía frío, había niebla y llovía. Eso suponía que a 2.300 metros, donde se corona el puerto, el escenario iba a ser mucho peor.

Empezó el puerto y los ciclistas sufrían mas de lo previsto. Nadie llevaba un desarrollo adecuado para esas rampas del 15% tan continuadas. Chepazos, ruedas que patinan en la carretera mojada cuando te levantas, desnivel que hace daño en las piernas y un montón de aficionados deseando echar una mano a sus ídolos. Un empujoncito a los más conocidos. No había tele en directo, se podía hacer. El problema es que aquello se convirtió en la norma de toda la ascensión. Ciclistas llevados en volandas por sus tiffosis, otros agarrados a los coches. Algunos pie a tierra esperando ayuda. Imposible de controlar por los jueces.

En la cima levantó el brazo Felice Gimondi, el ídolo de Italia en esas fechas. Solo uno, porque llegó al límite de sus fuerzas al Refugio Auronzo. Segundo fue Merckx y tercero Gianni Motta. Gimondi se vestía de líder… hasta que Torriani, patrón del Giro en aquellas fechas, tomó la decisión de anular el resultado de la etapa. Demasiadas desigualdades sin controlar.

Gimondi dijo que se iba del Giro. Que su esfuerzo no había tenido premio. El dueño de su equipo, Salvarini, le obligo a quedarse y ganarlo en la carretera. Lo hizo, pero no en la etapa siguiente con  Falzarego, Pordoi, Rolle y Brocon por el camino. Todavía se vistió de rosa Anquetil. Tuvo que ser en la tercera jornada de la trilogía dolomitica, con Tonele y Aprica en vez de Stelvio (suspendido por la nieve), cuando Gimondi recuperase el rosa que vestiría en el podio de Milan acompañado de Balmion y Anquetil.

Tre Cime di Lavaredo  volvió al año siguiente en el Giro de 1968. Cuando Eddy Merckx entraba en sus años gloriosos. Ese día no tuvo rival. Llovía y había una escapada con más de nueve minutos de ventaja. Demasiado poco para El Canibal, que no solo recuperó todo el tiempo a los fugados para ganar la etapa, sino que endosó a sus máximos rivales una minutada. Felice Gimondi, ganador el año anterior, acabó a más de 6 minutos. Julio Jiménez, uno de los mejores escaladores de todos los tiempos, a más de ocho minutos. Solo Adorni, que venía de la fuga, llegó a menos de un minuto de Eddy Merckx.

En el 74 fue el propio Merckx el que sufrió para mantener el rosa en Tre Cime di Lavaredo. Habían pasado sus mejores años pero todavía seguía siendo un auténtico ídolo. Era la penúltima etapa de aquel Giro y tenía menos de un minuto de ventaja sobre Baronchelli y Gimondi, demasiado poco para el Caníbal. En Tre Cime le atacaron ambos, en compañía de otro escalador de época como José Manuel Fuente.  Merckx se dejó ir, perdió contacto con sus máximos rivales. Peligró el Giro, pero remontó en el último kilómetro para enganchar a Gimondi y salvar el rosa con solo 12 segundos de ventaja sobre Baronchelli.