Los adoquines cinco estrellas de Paris Roubaix

Escrito por Luis Ortega @ciclored

“Duele hasta andar por ellos”. La frase no es de ningún ciclista profesional, sino de los aficionados que cada segundo domingo de abril pisan sobre los adoquines más famosos de la Paris Roubaix para ver en directo la carrera. Los 2400 metros del Bosque de Arenberg están tan ‘mal’ colocados que es casi imposible andar tranquilo por ellos, imagínate si los tienes que hacer en bici de carretera.

Llegas allí y te ves obligado a sacar el móvil y fotografiar o grabar esa barbaridad, que de vez en cuando se encargan de restaurar los de la asociación Les Amis de Paris Roubaix. Y es que la esencia de la carrera de adoquines está ahí, en Arenberg. Porque el tramo no es de los originarios, sino que se incluyó casi 70 años después de la primera edición, pero llegó para salvar la esencia de la prueba.

En el 67 la victoria se la llevó el velocista Jan Janssen en un sprint masivo de en el velódromo de Roubaix. Casi 15 ciclistas llegaron con opciones de ganar. Demasiados. La dureza de una carrera mítica se había visto castigada por el desarrollismo, que asfaltaba tramos de adoquines para los coches. Solo quedaban 22 kilómetros en los 260 de la prueba. Demasiado poco. Había que hacer algo.

Goddet, por entonces también jefe del Tour, que ya se había hecho con la prueba, pidió más madera. Allí apareció Jean Stablinki, gregario de Anquetil, inmigrante polaco y antiguo minero en la región por la que transcurre la Paris Roubaix, el Norte de Calais. Dio la idea de pasar por ese camino abandonado que antes utilizaban los carros mineros. Al principio surgieron dudas porque era demasiado complicado, pero ya saben aquello del Tourmalet lleno de nieve y el telegrama de ‘Si, es ciclable’, pues lo mismo pero sesenta años después.

La locura de Arenberg se introdujo en la edición de 1968, la primera que venció Eddy Merckx y causó furor. Pese a que estaba a 90 kilómetros de la meta rompió la carrera en mil pedazos, Arenberg recuperó la dureza de Roubaix y sus tramos de adoquines han ido creciendo hasta los 30 actuales, con 55 kilómetros de los 260 repletos de piedras. El premio para Stablinski fue dar nombre al Velódromo descubierto de Roubaix, donde acaba todos los años la carrera. El pueblo de Wallers, donde arranca el tramo, también le recuerda con una asociación de fans y hasta una cerveza propia, que se suele vender cada segundo domingo de abril.

 

El club de los cinco estrellas

Los tramos de adoquines de Roubaix están clasificados por estrellas. Desde solo una, el más sencillo, el que da acceso al Velódromo y es un enlosetado con los nombres de todos los ganadores de la carrera, a los tramos de cinco estrellas, solo tres en toda la carrera. La clasificación depende de una mezcla de longitud, rotura de adoquín y posibilidad de escapatoria de cada tramo de adoquines.

Aunque la organización da cinco estrellas a Mons en Pevelé, Carrefour del Arbre y Bosque de Arenberg, este último debería tener seis o siete (y esto es una apreciación personal) porque en los 2,4 kilómetros de longitud, la primera mitad un 1% para abajo y los últimos un 1% hacia arriba, no hay un lado ‘bueno’ para afrontarlo. Da igual ir por el centro que por los laterales adoquinados, el cualquier parte puedes encontrar huecos del tamaño de una pelota de tenis entre piedra y piedra. Esto supone que la bici avance con mayor dificultad, que, pese a la sección de 32 de cubierta que llevan ya todos los profesionales, la rueda se meta dentro y que sea fácil pinchar.

Para salir indemne del Bosque de Arenberg el único truco es ir lo más rápido posible (como si esto fuese fácil). Vatios y más vatios para que la velocidad haga que la bici ‘flote’ por encima de los adoquines. Las escapatorias están valladas. Solo hay que aplicar fuerza a los pedales. Mucha, eso si. De lo contrario corres el riesgo que la rueda vaya chocando con cada piedra, frenándose, y con riesgo de pinchar a cada paso.

Es tan complicado pasarlo que, pese a estar a 90 kilómetros de meta, siempre hace que la carrera se rompa en mil pedazos. En este 2025, por ejemplo, ya dejó un grupo de cinco corredores por delante, aunque después en la transición entre un tramo y otro de adoquines se volviesen a juntar. Pero quien sufre en Arenberg, como le pasó en este año a Wout Van Aert, acaba explotando después.

Paris-Roubaix
Paris-Roubaix, one of the cobblestone classics.

El siguiente tramo de cinco estrellas es del de Mons en Pevelé. Su clasificación se debe sobre todo a la longitud, tres kilómetros y a las dos curvas de 90 grados, que provocan que la dificultad en pasarlas a gran velocidad sea máxima. No es de los más rotos de la carrera, aunque en su parte final solo se puede circular rápido por el centro, ya que los laterales están demasiado rotos. El gran problema es sortear las dos curvas sin tocar el freno. Porque si la bici se queda parada es casi imposible volver a arrancar y coger al resto de ciclistas que no han tocado el freno.

La salida de Mons en Pevelé está a casi 40 kilómetros de meta y tiene un repechito corto de asfalto al 6%, un auténtico puerto para el trazado de Roubaix, ideal para lanzar el ataque si no has soltado a tus compañeros de escapada.

Y cuando solo quedan 19 kilómetros para la meta llega el tramo de cinco estrellas de Carrefour d’Abre, el más decisivo para la carrera desde que se incluyó en 1958. Sus cinco estrellas se deben a su longitud, dos kilómetros, al tramo central que está rotísimo y a las tres curvas complicadas de afrontar, sobre todo la última a izquierdas. También porque su inicio está a solo 500 metros del final de un cuatro estrellas, Camphin en Pevelé, y a su salida solo hay 50 metros de asfalto hasta el siguiente tramo, el de Gruson.

Otro de los grandes problemas de Carrefour del Arbre es que es muy estrecho y que se agolpan aficionados en la cuneta. Cuando está seco la escapatoria es una gran zona para rodar rápido, pero con tanto público es un riesgo, así que hay que afrontar el tramo por el centro de adoquín. Bajarse para adelantar por el lado ‘malo’ supone meter más de una centena de vatios extra y aumentar el riesgo de pinchar.

En Carrefour del Arbre han atacado los más míticos. Desde Roger de Vlaeminck a Tom Boonen, los únicos ciclistas del mundo con cuatro triunfos en Paris Roubaix. También solía hacerlo Musseuw en su triplete triunfal o Eddy Merckx.